Blog Casos y cosas de ciudad: Peatones invisibles en Bogotá

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Desplazarse a pie a cualquier hora, cualquier día, o por cualquier sector de Bogotá, se ha convertido en una actividad de riesgo que deja un sabor amargo para el peatón.

Por Tatiana Rojas Ramírez

Se supone que caminar debe ser una actividad relajante pero esto parece ser cosa de otro mundo, pues quien camine por la capital debe afrontar una serie de situaciones para nada tranquilas: aceras destruidas, desniveladas, encharcadas  o que salpican al caminar;  espacio público invadido por vendedores ambulantes, ciclas, motos, o por dueños o empleados de locales comerciales que sacan sus artefactos  (los más comunes, los de cocina y restaurante) a lavar sobre el andén; usuarios de ciclas y patinetas eléctricas; peatones distraídos con el celular, haciendo visita, mirando vitrinas o paseando al perro entorpeciendo la marcha; y por último pero no menos importante, conductores de todo tipo de vehículos a motor que no respetan los semáforos ni los cruces peatonales.

A veces en un andén el peatón se topa con una o dos de las situaciones mencionadas, en otras se encuentra con todas. Pero de ellas la que resulta más peligrosa es afrontar a los conductores, pues ahí su vida está vulnerable ante otro ser humano envalentonado tras su vehículo cualquiera que este sea. Muchas veces, de nada vale que el transeúnte espere en el andén para pasar la calle, ahí llega el conductor encaramando o arrimando su carro sobre el andén (dependiendo del alto que este sea), para dejar o recoger un pasajero, desembarcar alguna mercancía o simplemente para parquear aunque tal espacio no esté diseñado ni habilitado para eso.

También es frecuente que el caminante tenga que darle la vía (a las buenas o a las malas) al conductor aunque el semáforo esté a favor del peatón, o que las cebras y reductores de velocidad vengan acompañadas de una señal indicando que la prioridad es para los transeúntes; de lo contrario se expone a que le piten, le griten, le aceleren, le “echen la madre” o el carro encima.

Ante tal situación, pocas veces el peatón reacciona (ofuscado o indignado) indicando el semáforo, la “cebra”, el reductor o la señal de tránsito dándole la vía; pues ya la situación se ha normalizado tanto que el transeúnte permanece inmóvil, así como yo en las calles de Santiago de Chile hace unos años atrás, aunque allá los conductores sí me daban el paso, pero yo, la mayoría de las veces que iba a cruzar una calle me quedaba esperando que los carros pasaran, y ninguno avanzaba hasta que yo despertaba y cruzaba. En mi mente seguía siendo la regla que los carros llevaran la vía y había que dárselas, aunque estuviera en otro país, con otra cultura ciudadana.

Y es de eso precisamente de lo que adolece la ciudad, de cultura ciudadana. Para muchos conductores los peatones son invisibles, las normas de tránsito no existen, y la vida de otro ser humano no vale. Esto a sabiendas que cualquier persona, incluso ellos mismos, en cualquier momento y por cualquier situación pueden ser peatones invisibles.