Los que nunca terminaron de irse

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Un canto a los viejos acetatos y compactos…

Por Víctor Ogliastri, director CyC Radio

Hace algunos años atrás, un conocido… mejor, empecemos por el comienzo

Cuando yo era un niño que se debatía entre ver las series de aventuras en esas viejas televisiones en blanco y negro, jugar a los policías y ladrones, a la golosa, a escondidas, a montar en patineta o carrito de balineras (si, lo sé, ¡hace un jurgo!), en mi cumpleaños número diez, mi madre me regaló el primer disco de los Beatles: Meet The Beatles. Yo ni le paré bolas. Allá fue a dar. Al fondo del armario, al lado de las cosas que no merecían mi aprecio y atención.

Cumplo en mayo y muy cerca, pues se venían las vacaciones de mitad de año en los colegios. Y ahí me tienen de nuevo. Corriendo y gritando de un lado para el otro y en esos entonces, cuando se es niño, en un abrir y cerrar de ojos, ya todos los juegos, pruebas, pilatunas, series, películas en salas de cine, etc., estaban superadas. Como no se me ocurría que más hacer, me lance al extraño mundo del armario donde había de todo. Y no hacía más que mirar, tocar, y descartar. Mirar, tocar y descartar… hasta que cuatro caballeros en un fotografía en blanco y negro me sonrieron y pudo más mi curiosidad ante tan seductor llamado, que fui al lugar en el que estaba el equipo de sonido de la época (si como no, todo muy vintage. Apenas para hoy en día), lo prendí, puse el acetato y rodó la aguja sobre una superficie en vinilo negro que me llenó de sonidos y sensaciones muy agradables.

Acababa de conocer el rocanrol y de paso, los discos y el comienzo del fin de una época infantil, para entrar de lleno en la efervescencia por esa “música de mechudos” como les decían displicentemente. Los Beatles fueron el punto de partida. Pronto, de la mesada que me daban mis padres para las famosas “onces” y compras chucherías en la tienda del colegio, comencé a ahorrar y pronto, a los cuatro de Liverpool los acompañaron los Rolling Stones, Animals, Yardbirds, James Brown, y muchos más, que fueron de a poquito, engrosando una colección que nunca paró en formarse.

El coleccionismo

Aprende uno mucho en este deporte del coleccionismo. Por ejemplo, que los acetatos que se prensaban en ese entonces en nuestro país, por los ahorros o cortes económicos, sus carátulas no eran como las originales. Muchas veces, se les tumbaban el diseño interno que por lo general era en cartón y venían con algo de historia de la banda o el solista o las letras de las canciones y lo más importante: los créditos: quién tocaba qué y que más hacia o hacían. Acá no. Se imprimían par láminas que se pegaban sobre una cartulina o sin pegar, se plastificaban los cartones y las láminas y listo. A las góndolas de los almacenes.

Cuando me “cayó” de regalo el primer disco importado, las diferencias saltaban a la vista. Al igual que el sonido. El de acá no es que fuera malo, pero no era tan cuidado como el que venía o bien del Reino Unido o de los Estados Unidos.

Al cabo de los años, logré hacerme a una poderosa colección de rocanrol de discos tanto nacionales como importados. La música era, y lo sigue siendo, como mi oasis personal y particular. Me encanta repasar las carátulas una y otra vez. Descubrir lo descubierto. Ver lo visto. Oír lo escuchado, muchas veces. Y ustedes lo saben, la buena música nunca cansa.

Así que me fui convirtiendo en todo un experto, pues a los discos le siguieron los libros sobre música. Las biografías publicadas, las revistas que se adquirían no muy frecuentemente, hasta cuando se establecieron las casetas que vendían discos, a lo largo de la calle 19 entre carreras 7ª y 8ª en Bogotá.

De pronto, un día, aparecieron los primeros discos compactos y ahí comenzó la debacle y el desgarrar de vestiduras. El CD (cómo me gusta ese nombre sin su connotación política), llegó para arrasar. En los almacenes musicales, lo que antes eran islas e islas de acetatos, muy pronto fueron reduciendo su participación y quedaron por allá alojados en el último rincón del local, compitiendo con los elementos de aseo y las telarañas. La gente lo miraba a uno como con cara y gestos de compasión. Ese señor aún tiene acetatos. ¡Pobrecito!… hasta que finalmente, fueron desterrados. Ese fue el segundo entierro masivo al que asistí. El primero, fue el del cine, cuando decían que la televisión iba a acabar con el negocio. Más adelante, vendría el de los libros.

Pero fíjense, que el reinado del compacto fue corto y veloz. Y como reinado efímero, tuvo su despegue, su pico más alto y de pronto, las plataformas digitales, el YouTube, el Mp3 y otras modalidades terminaron por hacerle el cajón a los que se consideraban todo poderosos: los CD’s.

Esto trajo algo también curioso. Mucha gente comenzó a salir de los equipos de sonido que había en sus casas y obviamente, de las colecciones o arrumes (así los trataban) de acetatos y compactos, porque ya la música solamente se iba a escuchar en línea. Otro craso error. Los almacenes de música en la 19 (que nunca cerraron sus puertas y mantuvieron clientes viejos y muchos nuevos), comenzaron a comprar todo este material, que en un comienzo, vendían a precios regalados y por otra parte en almacenes de venta de eléctricos y electrónicos, esos equipos de sonido Yamaha, Fischer, Marantz, Sansui, Sony, etc., también se vendían a costos irreales. Equipos que costaban millones, se vendían apenas por unos cuantos pesos y así.

El regreso de los muertos vivientes

Y ahora sí, volvamos al comienzo de esta perorata. Hace algunos años atrás, un conocido al que le dije que estaba seguro de que los acetatos iban a regresar, casi me afeita con su sarcasmo. Un poquito más y me pega y me insulta. Que cómo se me ocurría, que eso ya era algo del pasado. Que es más, que iba a vender todas esas viejeras que tenía en casa. No le dije que no se fuera a precipitar, ni nada por el estilo. Me callé y comencé a ver cómo, de una manera tímida, los acetatos nuevamente comenzaban a ser exhibidos en los pocos almacenes que lograron sobrevivir al entierro de los acetatos primero, y de los compactos después. Y es que los vinilos volvieron con fuerza, con un sonido mejorado ampliamente gracias a las nuevas tecnologías, con la presentación de cajas con un hermoso contenido de vinilos, folletos y hasta libros.

Y no hablemos de los precios, porque llegaron altos y ahora andan como prohibitivos. Cuestan los acetatos. Y bastante. Pero hay de todo y para todos los gustos y claro, obviamente, también se dan las promociones, pues no todo lo que se importa es del gusto de todos. Así que armado de paciencia, recorro los almacenes y me paro nuevamente frente a esas góndolas que exhiben esos viejos discos de 33 revoluciones, situados al final de esas islas que rechinan con el lustre de los nuevos.

Por fortuna, no salí de mis discos ni de mis compactos (me robaron, claro, perdí casi todo lo que había alcanzado a cosechar en tantos años), pero ahí va mi colección . Altiva y orgullosa de sentirse nuevamente el centro de atracción de muchos.